¿Hubo una verdadera revolución?

NÉSTOR DE BUEN

Soy un lector empedernido. Y de manera especial me han llamado siempre la atención los estudios sobre la llamada Revolución Mexicana. No hace mucho terminé de leer la inmensa historia sobre Pancho Villa escrita por Paco Ignacio Taibo II que, por supuesto, me apasionó.

Sin embargo, cada vez estoy más convencido de que en 2010 celebraremos el centenario de la rebelión de Madero, absurdamente convocada para un día y una hora especial, lo que costó el sacrificio de dos hermanos Serdán. Pero el 20 de noviembre de 2010 no tendrá revolución que celebrar. Cuando mucho, el aniversario de la muerte de Francisco Franco en 1985.

Acudo al Diccionario, por supuesto que al de la Real Academia Española, que me sigue a todos lados o, dicho de mejor manera, lo tengo a mi alcance donde quiera que deba realizar algún trabajo. Allí aparece la expresión que me sirve y me pone en medio de tantas dudas: Revolución es el cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación.

¿Eso fue lo que inició Madero? Ciertamente no. Su única pretensión era la no reelección, que no tardó en desaparecer del panorama político de México propiciando la reelección –o por lo menos el intento– de algunos de nuestros más connotados rebeldes.

En el orden social Madero no hizo nada y había mucho que hacer: Cananea y Río Blanco podían haberle inspirado medidas radicales en beneficio de los trabajadores. Pero a Madero no le daba por ahí. Pertenecía por esencia y tradición familiar a la alta burguesía. Sólo se le ocurrió crear un Departamento de Asuntos de Trabajo que era, más que nada, una agencia de colocaciones con cierto compromiso de transporte para los interesados. Pero, además, mantuvo su absoluta cercanía con el Ejército federal, al que mandó a combatir a los zapatistas, y metió a la cárcel militar de Santiago Tlaltelolco a Pancho Villa.

Carranza no hizo menos. Su famoso Plan de Guadalupe pretendía la renovación de la Constitución liberal de 1857 y, por supuesto, la asunción de la jefatura del llamado Ejército constitucionalista. Pero cuando asumió el poder en la ciudad de México, dictó un decreto (primero de agosto de 1916) que establecía la pena de muerte en contra de los trabajadores huelguistas. ¡Nada menos!

El proyecto de Constitución de 1916, obra sobre todo de los carrancistas más fieles –Luis M. Rojas, Félix Palavicini, José Natividad Macías y Alfonso Cravioto–, no contenía referencia alguna a los derechos de los trabajadores. Éstos nacieron de la iniciativa del Grupo de los Jacobinos, encabezado por Jacinto J. Múgica, con la participación importante de Héctor Victoria, seguidor de la ley laboral del gobernador de Yucatán, Salvador Alvarado, y a los que enfrentó Macías en una discusión preciosa sobre las denominadas allí comisiones de conciliación y arbitraje, que Macías anticipó serían tan corruptas como los jueces civiles. No le faltaba razón.

En lo político merece destacar el discurso inicial de Venustiano Carranza, el primero de diciembre de 1916, que planteó otorgar al Poder Ejecutivo facultades superiores a las de los otros poderes, de manera que no pudieran interferir en sus proyectos. Lo logró. Ciertamente fue un cambio político importante, Pero no era lo esencial. Tal vez, por el contrario, la fuente de nuestros problemas actuales.

El supuesto proceso revolucionario continuó en términos de violencia. En rigor, una lucha por el poder, no por un sistema democrático.

Carranza ordenó matar a Zapata. Obregón, en rigor el brazo armado de Carranza, que derrota a Villa en los campos de Celaya, parecería ser el culpable final de la muerte de Carranza. Calles, sin duda alguna, elimina a Obregón quien, a su vez, se encarga de suprimir a Villa. Ninguno de ellos demuestra otra finalidad que alcanzar el poder.

Calles deja en la presidencia que, en principio debió corresponder a Obregón, a Pascual Ortiz Rubio, previa eliminación política de José Vasconcelos. Ortiz Rubio promulga la Ley Federal del Trabajo del mes de agosto de 1931, que en su contenido esencial –reglas del sindicalismo y del derecho de huelga– construye un mecanismo paralelo al fascismo italiano de Mussolini. En el orden político, no introduce modificación alguna que rompa el modelo que ha venido heredando de sus antecesores. En realidad, la revolución, instrumento para el cambio político por la vía de la violencia, no aparece en ningún momento.

El sistema encuentra en Lázaro Cárdenas al único ejecutor de la reforma social, particularmente con respecto al campo a través de la ejecución de la reforma agraria y la expropiación petrolera. Sus sucesores, hasta la fecha y de manera especial en los dos últimos sexenios, han avanzado en la confirmación liberal del sistema político, lo que expresa la alianza entre el gobierno y las empresas privadas; la fuerza presente de la Iglesia católica, el corporativismo sindical, con pérdida prácticamente total de los derechos individuales y colectivos de los trabajadores, y en las relaciones internacionales, la alianza más que evidente con el imperialismo de los Estados Unidos de Norteamérica. El rechazo a Cuba es cada vez más notable.

¿Debemos festejar el supuesto centenario de la Revolución? Me temo que no habría motivo alguno para ello.


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